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El legado de Ronco: una Ciudad Cervantina de cara al mundo

Aprovechando ese aniversario, y en adhesión al 3° Congreso Internacional de la Lengua Española que se realizaba en Rosario, la Biblioteca Ronco, la Municipalidad y la Casa Ronco organizaron una exposición que reeditó aquella Exposición Cervantes de 1932, con la colección que supo tener el abogado mecenas de la cultura azuleña. Se concretó en el Teatro Español. Y resultó el antecedente ideal para que dos años después el Centro UNESCO Castilla-La Mancha nombrara a Azul como Ciudad Cervantina. Fue la segunda de América en tener esa distinción, después de Guanajuato, en México.

Al éxito no se lo espera, se lo va a buscar. Eso sucedió en esta historia: para que Azul sea Ciudad Cervantina existió un mail enviado en 2004 por Carlos Filippetti (contador y en ese momento presidente de la Asociación Española en Azul) a Alcalá de Henares contando sobre la Exposición que se iba a hacer en la ciudad. El cervantista José Manuel Lucía Megías recibió el correo titulado “Azul”. Algo le llamó la atención. Y responde: encantado de leerlos, manden el catálogo y vemos. Cuando por fin lo conoce no sale de su asombro que existiera tamaña colección en una pequeña ciudad de la llanura pampeana a 12.000 kilómetros de distancia. Y decide visitarla. Así queda enamorado del lugar y de los tesoros que guarda, y es quien propone a las autoridades locales que concursen para ser Ciudad Cervantina.

“Azul se convirtió en la Ciudad Cervantina de la Argentina con el compromiso de sostener sus cuatro pilares: cultura, educación, patrimonio y desarrollo comunitario –recuerda Estela Cerone, docente y actual presidenta de la Asociación Civil Azul Ciudad Cervantina–. La decisión de UNESCO Castilla–La Mancha estuvo respaldada por un dossier en el que se daba cuenta, por un lado, del inmenso patrimonio que el doctor Bartolomé Ronco coleccionó en cuanto a ediciones del Quijote; y por otro, del espíritu quijotesco de una comunidad que supo lograr con su esfuerzo y compromiso grandes obras como el Teatro Español, la Catedral, la Municipalidad, por nombrar algunas”.

En 2007 Azul concretó su primer Festival Cervantino (aprovechando la conmemoración del Día del Libro). Toda la ciudad celebró la designación como Ciudad Cervantina de la Argentina. La comunidad empezó a vibrar dando un sentido de permanente homenaje al ideario y los valores cervantinos. Desfilaron contingentes de escuelas, se armaron exposiciones artísticas, los internos del Instituto de Menores Lugones confeccionaron barriletes; hubo ciclos de cine y teatro, shows, visitas guiadas, hasta concursos de arreglos florales.

Los vecinos y vecinas se acercaban en masa a mirar cada espectáculo o a bailar el pericón. De pronto Azul volvía a estar en los primeros planos de los flashes mediáticos del país y del mundo. A la ciudad venían representantes europeos, seguidores del Quijote en busca de incunables de la historiografía cervantina. La ciudad hizo del rótulo una parte de su alma. Un concepto que motoriza. Se empezó a hablar del “espíritu cervantino”, de los “valores quijotescos” que reviven en cada aventura y en cada iniciativa.

Dulcinea

Desde 2007 en adelante sucedieron hitos, como el hermanamiento con Alcalá de Henares (cuna de Cervantes), la realización del Quijote Ilustrado por niños de escuelas de la ciudad, editado primero por Santillana y luego por una editorial azuleña; y la integración de la Red Internacional de Ciudades Cervantinas formada hoy por 25 ciudades de Europa, África y América. “La ciudad cervantina ha sido desde entonces fuente de inspiración y desarrollo creativo para más de mil quinientos proyectos culturales, educativos, patrimoniales y ha movilizado recursos de todo tipo (fundamentalmente humanos) que se muestran anualmente con la realización del Festival Cervantino de la Argentina”, publicó Filippetti tiempo atrás.

La presencia de Cervantes en Azul desbordó a la colección y sus instituciones, y se infiltró en la cultura popular. Quien camine por las tranquilas calles azuleñas podrá ver panaderías llamadas Dulcinea, verdulerías y carnicerías llamadas Rocinante, esculturas del Quijote y Sancho Panza frente al arroyo, y hasta un postre que le hace honor. Ocurrió en el II Festival Cervantino, en noviembre de 2008, cuando se realizó el concurso gastronómico “Buscando a Dulcinea, el sabor dulce para Azul”.

Aspiraban a encontrar un postre que en su receta combinara alguno de los productos típicos de Azul: las naranjas amargas, la miel o el dulce de leche. La receta ganadora fue la de María Gabriela Vergara, quien propuso una mousse de queso y naranjas amargas, combinando amarettis, almendras, miel, y naranjas amargas. La receta se donó al Comité Directivo “Azul, Ciudad Cervantina” para que sea compartida con toda la comunidad y el sector gastronómico azuleño.

Cerone menciona una tarea “enorme” que se dieron como comunidad en todos estos años: “identificar al Quijote como un personaje universal, con valores imprescindibles, que englobaba a todos los soñadores y también a todos los justicieros por una sociedad más humana. La cultura es la industria sin chimeneas con más rédito económico en todo el mundo, y una gran ‘sanadora’ de las contradicciones sociales”.

Un Quijote sereno

Cerone habla de “la potencialidad” del cervantismo social para la sociedad, que mantuvo las banderas aún durante la pandemia, donde lograron un festival virtual con la presencia de artistas como Serrat, Natalia Oreiro y Ricardo Darín, que llamaban a participar del Festival de Azul, leyendo fragmentos del Quijote: “Ser Ciudad Cervantina de la Argentina significó un trabajo enorme. El patrimonio construido junto a la obra heredada del arquitecto Salamone será un faro que atraerá a propios y foráneos a disfrutar de una ciudad que cuenta con una naturaleza que acompaña. El desafío sigue interpelándonos”.

Con su Teatro Español (el pequeño Colón de las Pampas), sus colecciones, su Escuela de Bellas Artes, su legado de grandes artistas, Azul es cultura todo el año. Pero el Festival, que suele organizarse entre octubre y noviembre, sirve cada temporada como una oportunidad única para (de)mostrarlo. Cada evento deja tesoros, como el mural del artista Miguel Repiso (Rep), elaborado en 2011 para el V Festival Cervantino. Lo pintó en una enorme pared de una casa ubicada en la plaza El Quijote, frente a las esculturas en chatarra de Carlos Regazzoni, de cara a la costanera.

La obra buscó ser un símbolo del hermanamiento entre Azul y la ciudad natal de Cervantes, Alcalá de Henares, donde Rep pintó otra escena, con el mismo fondo amarillo y trazos negros. “Son dos dibujos diferentes. En el de allá se lo ve a Quijote «ensartado» entre los molinos y en el de acá está sereno”, contó el artista en ese momento, y agregó: “Azul me despierta eso, es la pampa, el horizonte; en cambio, Europa ahora es el caos y quizás por eso pinté allá a un Quijote indignado”.

Tesoro

A los 300 ejemplares del Quijote que reunió Ronco en vida se le sumaron estos años otros 320, entre ellos uno muy especial, donado por el escritor inglés Julian Barnes. La colección es atesorada y expuesta por la Casa Ronco, que aún contiene las bibliotecas de madera realizadas por el mismo Ronco (era aficionado a la carpintería) y más de 8500 libros. Porque no solo era devoto de la principal obra de habla hispana. También, por ejemplo, juntó más de 150 ediciones del Martín Fierro que hoy ascienden a 500, lo que significa que Azul conserva las mayores colecciones del país tanto de la obra cervantina como de la escrita por José Hernández. La casa funciona como museo y recibe 1500 visitas por año: la mitad son extranjeros que llegan fascinados por la colección cervantina.

La edición quijoresca más antigua de la colección Ronco es una impresa en Amberes, Bélgica, en 1697 (la novela se publicó por primera vez a comienzos de 1605). También hay una edición francesa de 1812 que perteneció a la reina María Cristina de Borbón, una ilustrada por Dalí y la primera edición mundial de lujo, publicada en Londres, en 1738. Entre las rarezas, se encuentra una traducida al japonés, con ilustraciones; y una adaptada a los personajes de Disney. Son símbolos de Ronco, un hombre de espíritu renacentista con una vida de novela, digna de ser narrada. Pero esa ya es otra historia.